La receta mágica es la forma en que Suiza organiza su democracia, su sistema político y su gestión del Estado.
Esta receta no es un “plan maestro” concebido por un grupo selecto de personas mejor preparadas, creado en poco tiempo, e implementado siguiendo las instrucciones de un gobierno central.
En vez, sus tres ingredientes principales fueron “cuajando” por separado y de a poco. Además, fueron decididos en forma independiente el uno del otro, en un período de unos 50 años, y en cada caso por la ciudadanía de varias generaciones diferentes.
Los tres ingredientes son:
La “magia” de la receta se deriva de la combinación de estos tres ingredientes, y lleva ya más de 120 años de aplicación ininterrumpida. En el intertanto ha hecho de Suiza el país con el mayor nivel de libertad, justicia, seguridad, cohesión social y prosperidad del planeta. De lejos.
Muy admirable. Y único también. Nadie lo hace tan bien como Suiza.
La receta es una forma especial de distribuir roles y responsabilidades entre la ciudadanía, la clase política y el Estado.
En Suiza la ciudadanía es el “soberano” permanente de la nación. Es la gente que aprueba, en forma implícita o explícita, todas las leyes y decisiones del Estado (gobierno/parlamento) antes de que estas entren en vigor. Y si hay algo que no gusta, lo decidido puede ser parado y anulado. Esto rige todo el tiempo, sin restricción de temas, y para todos los actos de los tres niveles del Estado – esto es, nivel nacional, cada una de las 26 regiones, y cada una de las casi 2.200 municipalidades.
No hay ninguna otra democracia en el mundo en que la ciudadanía tenga este rol y responsabilidad de primer orden.
Además, el gobierno está en manos de un colegio de 7 personas en vez de un presidente. El resultado es que no hay nunca cambios de gobierno como en otros países. Además, la experiencia media del grupo es entre 6 y 8 años ejerciendo esta función de importancia capital – combinando experiencia con renovación de sus miembros. Y como si fuera poco, este grupo en general representa entre el 60 y 80% de los votos de la gente. Todo lo anterior se traduce en que no hay otra nación en el mundo que opere con el mismo nivel de continuidad, estabilidad y fiabilidad que tiene el Estado suizo.
Y es gracias a la receta que el “peso/complejidad” de la agenda política se particiona y simplifica al punto que las personas más simples pueden también asumir funciones (a tiempo parcial) en los 2.200 gobiernos y 500 parlamentos que hay. Las elites de políticos profesionales no existen. La corrupción, despilfarros, demagogia y populismo tampoco.
La receta transformó Suiza de un grupo de 25 cantones pobres y desunidos, con cuatro culturas e idiomas diferentes, sin ninguna riqueza natural ni acceso al mar, en una nación compacta, y que fue accediendo a los niveles más altos de libertad, seguridad, cohesión social y prosperidad que existen.
Con la receta se derrotó también la pobreza cívica inicial de la gente. El resultado es la ciudadanía con un nivel de cultura, madurez y responsabilidad cívica muy por encima de otras naciones, capaz de votar NO a 6 semanas de vacaciones pagadas, y de votar SI a un aumento de impuestos.
Esta receta es muy poderosa y de gran versatilidad.
De hecho, es la misma receta que le ha permitido a Suiza el hacerle frente con gran éxito a todo tipo de eventos mayores – incluyendo guerras mundiales, evolución en la geopolítica de potencias mundiales, llegada y retirada de ideologías, múltiples crisis económicas e inflacionarias, descalabro y abandono del patrón oro y luego del cambio fijo con el dólar americano como anclas del sistema monetario, crisis del petróleo, y más recientemente el manejo de la pandemia del Covid-19.
Y es también con la misma receta que Suiza ha podido satisfacer, en forma pacífica y exitosa, todos los requerimientos que se derivan de los cambios demográficos de los últimos 100 años, incluyendo: incremento de casi 3x su población; inversión radical de la proporción de gente viviendo en zonas rurales o en ciudades; crecimiento exponencial de la proporción de personas de edad que forman la sociedad; cambios mayores entre la gente ocupada en sectores primarios, secundarios y terciarios de la economía; y en general todos los cambios asociados a los requerimientos y expectativas que tiene del Estado (vivienda, transporte, salud, educación, seguridad, justicia, cohesión social, prosperidad, etc.) una población que es sustancialmente más rica y próspera que las generaciones precedentes.
El imperativo número uno de Chile es, en mi opinión, el reestablecer una correspondencia entre el nivel más alto de riqueza alcanzado, y el nivel más bajo y estancado de la muy dañina pobreza cívica en que están condenados a vivir los chilenos como resultado de hacer “política a la antigua” desde la vuelta a la democracia.
El ajuste es inevitable, y tendrá lugar con o sin la receta.
Si es con la receta, será un ajuste hacia mayor libertad. Si es sin la receta, será un ajuste hacia menor riqueza – con un espiral vicioso hacia niveles más bajos de ambos.
Y dado que Chile ahora se está ajustando “hacia abajo”, un primer gran beneficio de implementar la receta es el detener y revertir el proceso de empobrecimiento generalizado y progresivo que afecta a millones de chilenos.
La implementación de cada uno de los ingredientes trae consigo una larga lista de beneficios.
En el libro se enumeran y describen estos beneficios. Además, hay una gran cantidad de ejemplos, estadística y gráficos que permiten entender los mecanismos a través de los cuales estos beneficios son creados a partir de cada uno de los tres ingredientes.
Por ejemplo, es gracias a la democracia directa que: la clase política trabaje haciendo atención en forma permanente a las preferencias de la mayoría de la ciudadanía; la ciudadanía accede a niveles de educación y madurez cívica sin par; y se vive en un estado de derecho basado sobre un cuerpo de leyes de calidad superior.
Es gracias a los gobiernos colegiales que: no hay nunca cambios de gobiernos; se acaba el antagonismo gobierno/oposición y la clase política debe trabajar bajo el principio de buscar consensos amplios; y los gobiernos tienen muchos años de experiencia en sus funciones. Todo esto lleva a un nivel de estabilidad y continuidad en la acción del Estado suizo muy por encima de todas las otras naciones.
Y es gracias a la total autonomía política y financiera de las 26 regiones y casi 2.200 comunas que: se eliminan las elites de políticos profesionales; la gente más normal puede cumplir funciones de ejecutivo y legislativo a tiempo parcial; y la prosperidad llega también a las regiones más apartadas y las clases sociales más bajas.
En este contexto hay que decir que otros beneficios mayores de organizar el sistema político de acuerdo a la receta son (i) el evitar los peores defectos de las democracias representativas, y (ii) el poder vivir “libres de la política” como un tema central de la vida cotidiana.
En efecto, en Suiza se vive libre de: antagonismo ideológico y bloqueo permanente entre gobierno y oposición; dominio de la demagogia y el populismo; radicalización y división de la sociedad; monopolización del poder en una pequeña elite de políticos profesionales; corrupción y despilfarros; impuestos altos y servicios públicos malos; abuso y manipuleo de la ciudadanía a través de promesas falsas; centralismo agobiante; etc.
Y se vive también libres: de la politiquería diaria, de la obligación de tener un ojo atento a “lo que está pasando” y a lo “que hacen/dicen los políticos”, de estar forzados a tragarse la indoctrinación permanente y obligatoria que intentan hacer los partidos, del sensacionalismo periodístico, etc.
Es justo al contrario.
La democracia directa es un mecanismo que asegura que sólo aquellas decisiones y actos legislativos de “calidad superior” sean implementadas. El ser “superior” lo define el que cada acto sea aceptable para una gran mayoría de la ciudadanía, y no el que sea el “mejor” desde un punto de vista “técnico según algunos sabios” – y todavía menos para obligar a la sociedad a ajustarse hacia la doctrina de un partido.
La democracia directa da el derecho a la ciudadanía de cuestionar, parar y anular el 100% de los actos del gobierno antes que estos entren en vigor. Pero lo que llega a ser referendado representa sólo un 1% de las decisiones tomadas por los gobiernos y parlamentos.
Lo crucial es que el 99% restante podría haber sido referendado, pero no lo fue. Y no lo fue porque para la gran mayoría de la gente este 99% de decisiones del Estado son de buena calidad – y por lo tanto entran en vigor sin ser cuestionadas.
En este sentido, los referendos representan sólo la punta del iceberg en términos del impacto total que tienen los derechos políticos en la calidad de los actos del Estado. La verdad es que el impacto implícito es mucho mayor que el explícito en cómo se debe comportar la clase política. Y el impacto de tipo permanente es esta conducta es mucho mayor que el puntual de las votaciones trimestrales.
El resultado es una sociedad que vive en un estado de derecho basado sobre un cuerpo de leyes y decisiones que es, en todo momento, significativamente más completo, justo, eficiente, estable, legítimo y respetado que aquel generado por cualquier democracia representativa.
La verdad es que es un mecanismo muy simple y eficiente. Realmente admirable, Y único también.
Una pregunta de gran importancia. Y tal vez la mejor forma de contestarla es así.
Imaginemos que tomamos un grupo de niños de 5 años en Suiza y los llevamos a Chile. Y al mismo tiempo tomamos un grupo de niños de Chile y los llevamos a Suiza. Después de 10 años los vamos a encontrar para ver cómo están.
Te pregunto:
Y ahora una pregunta algo más delicada desde el punto de valores:
Imagino que lo anterior deja en claro que no hay nada innato en los niño suizos para esquiar mejor, ni en los niños chilenos para jugar a la pelota. Es la práctica que hace la diferencia.
En este contexto, el ciudadano suizo medio a inicios del 1900s (cuando la receta estaba implementada) era seguramente menos preparado y más pobre que el ciudadano chileno medio de hoy. Por lo tanto, no hay ninguna duda que toda la ciudadanía chilena está en condiciones, hoy como en el pasado, de desarrollar con el tiempo un nivel de cultura, madurez y “riqueza” cívica similar a aquella de la ciudadanía suiza.
Para ello basta que los más de 14 millones de chilenos con derecho a voto puedan también ejercer regularmente su capacidad de evaluar argumentos pro y contra respecto de temas bien específicos, un tema a la vez, y uno después del otro, para decidir de votar SI o NO en los referendos respectivos.
El ser también capaz un día de decir NO al “regalito” de 6 semanas de vacaciones pagadas llega como por encanto.
El costo de llevar a cabo los referendos en Suiza es insignificante respecto al costo absorbido por millones y millones de personas, en Chile y en otros países, como resultado de las graves ineficiencias, deficiencias, abusos, corrupción, etc. generadas por sus partitocracias respectivas.
Y esto por no hablar de los enormes beneficios materiales y emocionales que percibe la gente 365 días al año como resultado de vivir en la sociedad más libre, justa, segura y próspera del planeta.
La receta es muy clara y de verdad simple. Desde el punto de vista formal, hay que pasar leyes que establezcan como norma cada uno de los tres ingredientes de la receta, en cada uno de los tres niveles del Estado.
Es conveniente hacerlo paso a paso, en forma progresiva, y sobre un período de tiempo que puede ir de 6 a 12 años. Hay que darle el tiempo necesario para que todas las partes aprendan y se adapten a sus nuevos roles respectivos.
Lo más importante es empezar con el implementar la democracia directa y los gobiernos colegiales a nivel de comunas y regiones.
En el libro hay todo un anexo que comparte reflexiones al respecto.
Sin duda que el obstáculo más grande a remover será la oposición que hará la partitocracia de la capital al cambio de sistema.
El argumento principal será el que “la gente/regiones no están todavía preparadas” para asumir tales responsabilidades. Este argumento es falso y tendencioso.
Es obvio que con la práctica regular, la ciudadanía chilena aprenderá a tomar mejores decisiones de SI o NO en los referendos que se hagan. Pero ello no significa que la gente no esté en condiciones de hacerlo ya ahora. También los suizos han pasado por un valioso proceso de aprender a utilizar la receta que lleva ya más de 120 años.
El libro es una fuente de información útil y novedosa para las personas que no estén contentas con cómo funciona la democracia en Chile.
Imagino que esta gente está buscando alternativas de cómo hacer para que el país sea más libre, justo, seguro y próspero que en la actualidad. En este contexto, el libro revela y describe la receta mágica a través de la cual Suiza genera sus logros sin parangón. Además, se identifican y explican los mecanismos de causa/efecto a través de los cuales esto tiene lugar, y se ilustran los múltiples y valiosos beneficios que la gente recibe al vivir en una nación que distribuye roles y responsabilidades entre la ciudadanía, la clase política, y el Estado según la receta.
Los lectores podrán: tomar conocimiento que nadie lo hace tan bien como Suiza; recibir explicaciones de qué es y cómo funciona la receta; evaluar si es una alternativa conveniente para Chile; y tener un documento que muestra, con mapa y brújula, el camino a seguir para implementarla.
El proceso final de “juntar las cosas” y completarlo en su forma actual tomó unos 4-5 meses.
Pero en realidad, el libro es, en mi caso, la culminación de un proceso conceptual y analítico que ha tomado décadas. Por ejemplo, las primeras versiones del capítulo 1 y 2 fueron hechas hace ya más de 10 años atrás. Y algunos de los análisis presentados los comencé a hacer hace ya casi 30 años.